20100106

CELEBREMOS CON ORACIÓN A UN HOMBRE BUENO


Hoy es el aniversario de ordenación sacerdotal del Padre Alejandro. Hace nueve años, el Obispo imponía sus manos y decía la oración consecratoria. En nueve años seguramente han pasado muchas cosas. Comunidades parroquiales, en el caso de la nuestra presidiendo pastoralmente como cura párroco. Nueve años de risas y de llantos, de éxitos y fracasos pastorales, de consolaciones y desolaciones espirituales, nueve años con misiones cumplidas y muchas por cumplir. Nueve años en los cuales los rostros conocidos se han ido multiplicando al mismo ritmo que las Misas celebradas o las absoluciones otorgadas.

En nueve años ha sabido ser la voz de aliento, ese alguien en quien confiar, a quien contarle los problemas, el que nos ha sabido escuchar. Jesús a veces parece tan callado pero Ud. nos permite escucharlo, muchos están sedientos de él y es Ud. quien nos habla de él. Aunque muchas veces nuestras faltas humanas dificulten su gran misión quiero que tenga la certeza que sus palabras nunca caen en suelo infértil.

Cada Domingo muchos llegamos como simples humanos, cargados de problemas, faltas y pecados, con el oculto deseo que Dios nos diga algo, y es tras sus palabras y su bendición que nos vamos con una sutil ráfaga de alegría en el corazón, pues ha traído a Jesús cerca y nos ha dicho que él nos ama y eso es algo que no se puede olvidar, para Ud. no importa quienes somos cuando llegamos sino lo que somos cuando nos vamos y esa, es la parte más hermosa de su misión.

Quiero compartir un poema que tiene sus años y lo quiero compartir con Uds. para que juntos hagamos oración por un hombre bueno escogido por Dios como instrumento suyo, para que siga creciendo en fidelidad al llamado que el Padre un día como hoy, hace nueve años, le hizo.

Dios le bendiga.

Te he elegido para ser sacerdote de este mundo.

Te he llamado
para hacer la ofrenda de la tierra.
Te he destinado a consagrar todas las cosas.
Eres el predicador de mis palabras.
Eres el misionero de mis sueños.
Eres mi enviado y mi apóstol.

El día de tu nacimiento impuse mis manos sobre ti
para ungirte con mi Espíritu.
Llevas la noble vocación de pronunciar mis palabras
sobre las hostias construidas
por la fatiga de los hombres.
Celebras el sacrificio de tantos martirios
que resucitan a la vida.

En la belleza y armonía majestuosa de mi templo
tú celebras cada día
la liturgia para bendecir y aclamar mi nombre.
Tú destruyes y absuelves
en las horas de trabajo los pecados que dividen,
desfiguran y engañan a los hombres.

Con tu acción comprometida tú intercedes
por todos los que lloran y bendices a todos los que sufren.

Eres mi sacerdote en este mundo.

Tú cambias la miseria en esperanza, el odio en comunión,
La ofensa en gracia, la violencia en servicio,
el pan en Cristo y la humanidad en Reino.

Eres mi sacerdote y mi pontífice.

Y en tu familia, tu escuela, tus trabajos,
tu diversión, o tu compromiso, ahí, vives, celebras
y presides la misa diaria.

Hasta que en toda la tierra haya un solo altar
donde los hombres coman su alimento
y beban la fraternidad en una fiesta.

Entonces alrededor del mundo, veré a todos mis hijos
unidos por el amor y por las manos,
que lentamente me dicen confiados:

“Padre nuestro, que estas en el cielo, santificado sea tu nombre…”

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