Todo lo ocurrido no puede pasar en vano. Es por eso que hago la invitación para que esta instancia de dolor nos acerque a Dios en la oración; en la contemplación y en el descubrir al otro como un hermano en forma permanente. La catástrofe sin precedentes que nos tocó el alma, nos llevó a instancias de reflexión y de amor pocas veces vistas, nos abrazamos más que nunca; nos dijimos te quiero desde el fondo de nuestros corazones; hicimos lo imposible por saber de un hermano cuando la tecnología falló viajando kilómetros para saber cómo se encontraba; nos entregamos a la fuerza del amor que invade el corazón cuando vemos el sufrimiento de un hermano y lo acompañamos; he visto abrazos de hermandad entre quienes se han visto luego del terremoto y a través del abrazo se percibe el mensaje “que bueno verte bien”. Siento que ese es el pueblo que Dios desea que seamos. Sin embargo, la experiencia nos dice que esto dura mientras dura el miedo y el dolor, luego todo pasa y continuamos caminando con arrogancia por la vida, completamente indiferentes al dolor.
Es un nuevo regalo de Dios que haya tanta vocación en los corazones de los jóvenes. Necesitamos muchos misioneros, laicos o religiosos, y que la paz y la caridad envuelvan a los corazones.
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